Nueve de la mañana. Suena el despertador. Estoy cansado, tengo sueño, los nervios no me han dejado dormir bien. Me levanto, me ducho y me visto. Por el pasillo me cruzo con mi madre y con mi hermana. Ambas me dirigen uno de los ¡buenos días! más dulces y sonrientes del año. Mi padre, en el salón, se ha afeitado y perfumado primorosamente, y se ha colocado su mejor camisa. Como cada año, bajamos al centro. Niños con palmas, señal inequívoca de que ha comenzado la que es, para muchos de nosotros, la semana más importante del año.¡Sí, es Domingo de Ramos! Y el cortejo pollinico se abalanza valiente sobre las calles de Málaga como Jesús lo hizo en su Entrada a Jerusalén. Después de Pollinica, Lágrimas y Favores, y de vuelta a casa prontito, a descansar. Me espera un día intenso. Almuerzo temprano, arroz y pollo a la plancha: carbohidratos y proteínas. Hoy tengo que rendir. Después de comer, me pongo mis pantalones negros y mis zapatos. Por último, la camiseta que mi madre, atentamente, anoche se encargó de planchar. Salgo por la puerta. ¡La faja! Casi se me olvida…

Voy de camino a reunirme con mis hermanos de la Mesa. ¿Por qué corro si voy bien de tiempo? Deben ser las ganas. Pienso en todo lo que viene, imaginándome ahí debajo, con todos ellos. Es nuestro primer año, y sentimos la presión, queremos hacerlo bien. Pero ni más ni menos que como cualquier hermano que nos acompañe en los varales. Llevamos meses esperando, trabajando en este día. La ilusión, por las nubes.

Llego al lugar acordado y allí están. Nos saludamos, nos abrazamos. Hoy todos miran distinto, lo noto en sus caras, en  sus ojos vidriosos, en sus sonrisas imperturbables. Todavía es temprano, así que nos sentamos y charlamos. Tal marcha va aquí, tal marcha sonará allá… Que si Echegaray, que si Madre de Dios, que si Dos Aceras…

Se acerca la hora. Nos ayudamos unos a otros a fajarnos, nos ponemos las sudaderas y partimos. En el ‘tinglao’ veo al resto de compañeros de varal, veo las mismas caras de ilusión, las mismas ganas. No es nuevo, no me pilla de sorpresa, lo he visto en los ensayos, se respiraba en el ambiente. Este año iba a ser distinto. Me consta que el esfuerzo de todo el equipo de trono para que esto sea así ha sido inconmensurable, y eso me llena de orgullo.

Ya dentro del cajillo… me pongo a pensar. No sé. Es extraño. Hace pocos meses no nos conocíamos, y hoy vamos al mismo sitio, a compartir las mismas cosas, los mismos sentimientos, las mismas emociones, la misma pasión. Cada uno de su padre y de su madre,
cada uno con sus problemas, cada uno con su vida, todos tan diferentes. Pero hoy eso no importa lo más mínimo, vamos todos a sufrir y a disfrutar por igual, en cada curva y en cada toque de campana. Apretamos los dientes, sudamos y lloramos las soledades y las penas de todo el año. Por todo aquello que no salió como esperábamos. Por los que están sufriendo, o por los que simplemente ya no están. Por el abuelo de aquel, por el tío de éste, y por la madre de aquel otro. Y por Él, sobre todo por Él, para que nunca ande solo. Hoy lo sacamos a pasear para que vea que lo queremos, que toda Málaga lo quiere. Y sé que Él lo sabe, y que está
agradecido, y que de alguna forma nos quiere y nos cuida. Para nosotros, todo esto es una especie de purificación, una especie de catarsis anual. Un volver a nacer cada Domingo de Ramos.

Uno de los rayos de luz que se cuelan por el calado de la mesa viene a despertarme. Soy capaz de atisbar, a través del mismo, las caras de todos los capuchineros impacientes a la salida, mirándolo ensimismados. Casi siento envidia. Quisiera yo también apreciar esa
estampa. Él, adornado por acordes musicales y unas notas de incienso y azahar.

Rezamos un Padre Nuestro y un Ave María. Primer toque de campana y miro a mis compañeros con una sonrisa. Sé que lo que voy a vivir aquí debajo, en la intimidad del cajillo, es una de las experiencias más bonitas que puede vivir un hombre de trono. Pego la oreja al varal y cierro los ojos. Es hora de soñar.

Mesa de NPJ de la Soledad

Mesa2015