Cartel obra del pintor Jesús Caballero Caballero

A través de una equilibrada composición que evoca el espíritu abstracto de kandisky, Jesús Caballero Caballero, ha sido capaz de superponer una serie de planos con el afán, no solamente de dotar al conjunto de bidimensionalidad sino de incluir la tridimensionalidad y un complejo juego de luces y sombras como nueva forma de construir pictóricamente la obra. En la misma, se plasma el concepto de Estación de Penitencia como vía de expiación de nuestros pecados a través de un ejercicio de reflexión y autoexploración.

La Estación de Penitencia, como uno de los elementos cultuales que caracteriza a nuestras Hermandades, tiene la finalidad catequética de hacer profesión de fe hacia nuestros Titulares, a la par que busca expandir la Palabra Sagrada. Palabra recogida en los Evangelios y en los libros que componen la Biblia, de ahí que el fondo de la obra esté cubierta, a modo de collage, de toda una serie de fragmentos de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento como materialización física y tangible de nuestras oraciones. En este caso concreto se han elegido toda una serie de pasajes que hacen referencia al Dulce Nombre de María y que son leídos en su festividad, por lo que encontramos pasajes del Libro de Judith, del Evangelio de San Lucas o la primera carta de San Pablo a Mateo. No podíamos dejar de lado la presencia de Cristo, del Señor de la Soledad, ya que sin Él nada tendría sentido y Él es el principal protagonista de la Fiesta. La referencia al mismo se encuentra en la esquina superior derecha donde, a través del evangelio de San Marcos se recogen aquellos versículos que dicen:

“Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres”.

La Vida Eterna aparece codificada a partir de una serie de formas geométricas con connotaciones sagradas. Superpuesto aparece un triángulo. La Geometría Divina ha asociado la forma del triángulo a la representación de la Santísima Trinidad identificando cada uno de los vértices con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres personas distintas pero un único elemento. Además, la representación de la Santísima Trinidad en esta obra también trae consigo una sutil alusión a aquel lugar en el que se originó la devoción al Dulce Nombre de María: el Convento de la Trinidad. Sobre él, otra figura geométrica, en este caso el círculo, elaborado en pan de oro. El mismo motivo trae aquí a esta figura. Sin principio ni fin, siempre continuo, es el símbolo neoplatónico de la perfección, de lo eterno, de lo infinito, en definitiva, de lo divino. Pero, además, sirve de elemento sustentante también de uno de los atributos iconográficos de María por excelencia y que alude a la mujer del libro del Apocalipsis “vestida de sol, con la luna bajo los pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. Un halo que se materializa en la forma de la que porta la malagueña Divina Pastora de las Almas, advocación a la que está acogida la Sede Canónica de esta Hermandad y patrona del Barrio de Capuchinos.

Y por encima de todo, la Virgen del Dulce Nombre retratada en grafito y con un hiperrealismo inusitado que la aleja de toda idealización. Ella se sitúa sobre una tabla superpuesta, a modo de puerta, ya que el Alma, una vez que se separa del cuerpo y al igual que en la Estación de Penitencia, cruza una puerta en busca de la Salvación tras la que nos encontramos a la Virgen María como intercesora de nuestra alma y nuestros pecados ante Dios y como primera persona que nos recibe y nos acompaña hacia la Vida Eterna.

Por último, dos son los colores que predominan en la obra: morado, en el triángulo y en las letras inferiores, en alusión al color de Cristo; y marrón, en el estofado en pan de oro, como referencia a la orden franciscana.

Extracto de la presentación de José Manuel Torres Ponce